El azúcar, en todas sus formas, ha invadido la vida diaria de los países occidentales, en particular y de manera exagerada en los países de América. Los números hablan por sí solos: 30 cucharaditas de azúcar al día en promedio.
Nuestro mundo gira alrededor del azúcar: jugos, yogures, helados, chocolates, gaseosas, panes, galletas, salsas y postres de todo tipo. Es más que evidente que la proliferación exponencial de la diabetes en este continente es resultado del absurdo consumo al que hemos llegado.
No sólo se consume azúcar en casi todos los productos industriales de alimentación sino que hasta los regalos y recompensas que les damos a los niños son, generalmente, azúcar.“Si te portas bien te daré un helado”;“si te comes todo te daré postre”; los eventos familiares siempre están cargados de azúcar: tartas, bizcochos, caramelos y postres constituyen parte de la oferta de atenciones sociales.
Como paradoja, el llamado día de los niños los inundamos de azúcar en todas sus formas. No extraña que días después del Halloween sean los de mayor cantidad de gripes y fiebres del año.
Entre los adultos de muchos países el culto al azúcar es también el pan de cada día, una absurda costumbre que se está expandiendo por el mundo, tocando sitios donde aún hoy no se consume y la gente vive sin ninguna necesidad de ella y con excelente salud, como el caso de Laos o la China rural.
En estos países, como en la mayoría de Oriente, el consumo de azúcar es bajísimo. No se consumen gaseosas, ni postres azucarados; en sus comidas hay siempre té verde o agua caliente y sus postres son hechos de arroz, frijoles rojos y frutas sin azúcar y sin lácteos.
Me llamó mucho la atención, en una reciente visita a Laos, ver cómo al recorrer las villas rurales, los turistas occidentales llevaban de regalo a los infantes nativos caramelos de todos los tamaños y sabores, un veneno que estos niños no conocen pues tienen la dieta más sana del mundo y la menor tasa de muertes por cáncer y enfermedades del corazón, tan solo un 4% del total de muertes, comparado con las tasas entre 50 y 70 % de los países occidentales.
El azúcar es quizás el invento de la industrialización alimentaria que más deteriora la salud de los seres humanos.
Cuando alguien me pregunta qué es lo más importante que puede hacer para mejorar su salud, respondo: dejar el azúcar y los edulcorantes artificiales, en todas sus formas.
Veamos por qué.
El azúcar blanca es sucrosa refinada o azúcar simple, producida mediante múltiples procesos químicos a partir del jugo de caña, maíz o remolacha, en un proceso que elimina toda la fibra, las proteínas y los minerales que componen cerca del 90% de la planta, dejando un producto desnaturalizado, lleno de calorías vacías y sin valor nutricional.
Se necesitan seis metros de caña de azúcar para producir una taza de azúcar refinada. El azúcar refinada tiene muy poco que ver con la planta original luego de pasar por todos los procesos químicos y físicos de la refinación.
El azúcar refinada acaba, en términos de nutrientes, siendo solo sucrosa; el 99% de este “alimento” es sucrosa. No le quedan vitaminas, minerales, oligoelementos, fibra, agua, proteínas, grasa o nutriente alguno diferente a la pura sucrosa, que es el azúcar de nuestra sangre. Por eso se dice que el azúcar solo proporciona calorías vacías, sin más. En cambio sí nos deja todos los residuos químicos y toxinas derivadas de su manufactura industrial.
Si bien el azúcar blanca o refinada es la peor de todas, por los procesos químicos de blanqueamiento y desodorización a la que es sometida, el azúcar en todas sus formas es perjudicial para la salud. Ya sea blanca, morena, turbinada, o siropes, melazas o cualquier forma de edulcorantes concentrados como fructosa, dextrosa, maltosa, lactosa y dextrina. Nuestro cuerpo digiere y absorbe rápidamente estas fuentes concentradas de azúcares y de inmediato las convierte en ácidos grasos saturados y colesterol que se van acumulando bajo nuestra piel, en hígado, arterias y otros órganos.
Todos estos endulzantes tienen algo en común: son concentrados y están compuestos por azúcares simples (monosacáridos y disacáridos) que se asimilan de manera acelerada en nuestra sangre. Una vez absorbidos por la sangre, elevan el nivel de glucosa a niveles muy altos, condición conocida como hiperglicemia, uno de los síntomas de la diabetes.
Cuando el páncreas detecta estos elevados niveles de glucosa empieza a producir insulina para bajarlos ya que son un peligro para la vida. Pero esta alta producción de insulina por el páncreas no puede ser detenida de inmediato y entonces se crea, por acción de la insulina, una súbita caída del azúcar en sangre llamada hipoglicemia, cuyos síntomas son debilidad, depresión, pereza, insomnio, agresividad y pérdida de la conciencia.
Cuando los niveles de azúcar están muy bajos las glándulas suprarrenales movilizan reservas de glicógeno y estimulan la síntesis de glucosa de las proteínas y otras sustancias del cuerpo. Así mismo, cuando los niveles de azúcar en sangre están bajos por acción de la insulina, se activa el apetito para con una nueva comida inyectar una vez más azúcar al cuerpo, entrando así en un gravísimo círculo vicioso que genera obesidad y diabetes.
Una dieta rica en azúcares pondrá al páncreas y a las glándulas suprarrenales en un continuo sube y baja, sobrecargando absurdamente su funcionamiento. En cada vez más casos esta sobrecarga del páncreas resulta en diabetes, con las fatales con- secuencias que esta enfermedad trae.
Por otro lado, si nuestro cuerpo no puede usar toda la grasa y el colesterol generados por los excesos de azúcar, debe vaciar este peso adicional así que lo deposita en las células del hígado, el corazón, las arterias, los tejidos grasos, riñones, músculos y otros órganos. Así comienza la degeneración por grasa.
Esta degeneración produce graves problemas de salud, de altísimo crecimiento en el mundo de hoy, como arterosclerosis, tumores, obesidad, enfermedades del corazón, algunas formas de diabetes y enfermedades del hígado y los riñones.
El azúcar inhibe, también, el funcionamiento del sistema inmunológico y por tanto incrementa los problemas derivados de un sistema de defensa débil desde las simples gripes, hasta cada vez más complejos problemas por alergias, infecciones, el sida y virus de todo tipo.
El azúcar incrementa la producción de adrenalina hasta cuatro veces, poniendo al cuerpo en un estado de emergencia permanente, con un estrés innecesario. Esta reacción de estrés incrementa la producción de colesterol y cortisona, siendo esta última un inhibidor del sistema inmune, con lo cual de nuevo se disminuye la producción de defensas.
Otro aspecto grave del consumo de azúcar es la forma como se roba las reservas de vitaminas y minerales del cuerpo ya que no posee los minerales y vitaminas requeridos para ser metabolizado, de manera que el cuerpo debe tomar esos minerales y vitaminas de huesos, tejidos y dientes.
El azúcar puede agotar las vitaminas B, C y D, además del calcio, fósforo, hierro, selenio, zinc, cromo, vanadio, boro, bis- muto y otros minerales, claves para nuestro funcionamiento.
Cuando por cuenta del azúcar se pierden estas vitaminas y minerales, el cuerpo no puede realizar algunas funciones que los necesitan para operar: no metaboliza las grasas y el colesterol, no convierte el colesterol en bilis para ser removido a través de las heces, y no quema el exceso de grasa como calor o no soporta una actividad física mayor.
Como resultado, los niveles de colesterol suben, el metabolismo se adormece, las grasas se queman lentamente, se cristalizan cálculos en el hígado, se siente pereza de hacer ejercicio y se aumenta de peso. Se inicia así el camino hacia el cáncer, la diabetes y las enfermedades del corazón.
Muy interesante este artículo, me gustaría saber como se hace para dejar de consumir azúcar?
Gracias, he dado respuesta a su pregunta en mi blog de hoy https://elpoderdelalimento.com/2014/04/10/como-dejar-la-adicion-al-azucar/
Confío en que le sea útil. saludos